DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN DE VALORES

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viernes, 12 de agosto de 2011

SÍMBOLO DE MEXICANIDAD


Por A. Rob Lee S.L.
Revisando la historia de las culturas antiguas puede observarse que la mujer ha ocupado, generalmente, un lugar inferior con respecto al hombre dentro de la sociedad. En las culturas prehispánicas las mujeres eran frecuentemente golpeadas y maltratadas por sus maridos, pero para ellas representaba el interés que éstos tenían por ellas. Entre los aztecas las mujeres no contaban prácticamente con dignidad. Era lujo de riqueza tener varias mujeres y a ellas se les imponían los trabajos más duros. Era tan exagerada la sumisión de ellas que tenían que hacer tres genuflexiones ante la presencia de un señor, pronunciando “señor”, “señor mío” y “mi gran señor”. Y cuando el emperador era trasladado públicamente por sus sirvientes, el las mujeres junto con el pueblo tenían que evitar mirarle de frente en señal de que no eran merecedores de ver ni la cara del gran señor, y el cortejo marchaba siempre mirando al suelo. Sin embargo, en contraste, pueden encontrarse casos de antiguas civilizaciones que fueron gobernadas por distinguidas mujeres antes de la era cristiana. Algo curioso que ocurre en estas antiguas culturas, incluyendo a las del México prehispánico es que, aunque la mujer tuviera un trato inferior y a veces hasta denigrante, hay muchas pruebas de que la mujer era vista con tal veneración, incluso al grado de deificarla, por la gran diferencia con el hombre de poder engendrar la vida, por poder ser madre.
Es muy difundido entre la gente que ser mujer es ser débil y desgraciadamente no son pocas las mujeres que para demostrar lo contrario pretenden igualarse al hombre. Grave error si se toma en cuenta que por naturaleza hombres y mujeres no son iguales. No quiere decir esto que el hombre sea en todo superior o que la mujer lo sea, sino que hombre y mujer por naturaleza son complementarios. También la mujer está llamada a la lucha por los legítimos derechos, y no son pocos los ejemplos que se encuentran en la historia en que la mujer ha mostrado gran valor, coraje y arrojo por defender los valores más nobles.
La mujer juega un papel muy importante en la formación de una sociedad. Sin desmerecer al varón, donde la mujer se encuentre o actúe es ella quien mantiene el nivel de relación. Y esto lo saben muy bien quienes tratan de conquistar las mentes de los pueblos. Es la familia la célula básica de cualquier sociedad, en cualquier lugar y en cualquier época de la historia. Pero también la familia tiene a su vez un núcleo, y ese núcleo, esa base en la cual se sustenta la familia para su formación y desarrollo es el matrimonio. Curiosamente la pareja de esposos se llama matrimonio y no patrimonio. Cada hijo recibe la experiencia del mundo exterior a través de su madre. Es con nuestra madre con quien todos tuvimos nuestro primer encuentro en la vida. De ella recibimos las primeras caricias, el primer alimento, la primera educación. Por eso es muy natural el apego que los hijos tienen hacia su madre y es de todo corazón bien agradecido el guardarle a ella todo nuestro respeto y veneración. Hasta el mismo Dios quiso tener una Madre para venir a darnos esperanzas a este mundo.
Con lo anterior se quiere sostener que la maternidad es una vocación natural en la mujer. Una vocación cuya finalidad es tan importante no menos que la del hombre en el seno familiar. La maternidad es una cualidad esencial del sexo femenino pero esto no significa que la mujer sólo sirva para ser madre. Es lógico que se puede legítimamente escoger de manera libre la forma de vida de casada, la soltería o la de optar por los votos religiosos sin que esto implique la negación de lo expresado, aceptando y respetando los rasgos esenciales de la femineidad otorgados por la naturaleza. Pero actualmente se atenta contra el matrimonio propo-niendo a los jóvenes el amor libre, el “matrimonio a prueba”, proponiéndoles el divorcio como la vía más fácil de resolver los conflictos en la pareja. El don de dar vida se mira ahora como una desgracia y se persuade a la mujer de que mate a sus hijos antes de que nazcan.
Son pocos los anuncios en los medios de comunicación que no presentan a la mujer como gancho de atracción, des-pertando interés sólo por saciar la morbosidad de las masas. Presentan a la mujer cada vez más libertina y hasta animalizada, rebajando su dignidad al mostrarla como un objeto de comercio.
Se promueve la “liberación femenina” haciendo creer que liberarse es abandonar la responsabilidad de hijas, la responsabilidad de novias y hasta la responsabilidad de madres formadoras. Transforman la liberación de la mujer en una  esclavización a las modas, a los vicios, a la vanidad, al consumismo, y hasta la perversión de la dignidad femenina convirtiendo a la mujer en un objeto de placer desechable.
Aquéllos que quieren dominar a la juventud mexicana saben muy bien que si quieren dominar al mundo deben dominar a las naciones, y que si quieren causar la ruina de las naciones deben causar la ruina de las familias. Saben bien que para destruir las familias basta desintegrar los matrimonios. Saben muy bien que para dominar a los pueblos basta pervertir a la mujer.
Pervierte a la mujer y tendrás una madre que no educará a la familia y en consecuencia tendrás una juventud esclavizada.
Con la llegada del cristianismo la mujer alcanzó el respeto a la dignidad que otras culturas no le concedían. Es la mujer quien comete el primer pecado de los seres humanos, según el Génesis; pero es también la mujer quien ha traído la salvación del género humano, y es figura principal en los aconte-cimientos del final de los tiempos que describe el Apocalipsis. De hecho, para el cristianismo, el ser humano que está más cerca de Dios es María, una mujer, arquetipo de esposa y madre, de mujer humilde fiel a su identidad, fuente de vida y amor generoso. Cuál mayor orgullo para una criatura humana. Y cuál mayor orgullo para los mexicanos y todos los pueblos de América, que María, la madre del Salvador haya querido adoptar como hijos suyos a este pueblo mestizo.
El mexicano no siente mayor insulto que la falta de respeto hacia su madre, y por muy malvado que el hombre sea, ve en su madre un refugio y un tesoro qué cuidar. Con más razón cuando se trata de la reina del cielo que le dijo al indio Cuauhtlatoatzin: “no temas, Juan Diego. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”. Y es que los antiguos aztecas adoraban a Coatlicue (la de la falda de serpientes) y la nombraban Tonantzin (nuestra madrecita), quien era la madre de todos los dioses, divinidad de la fertilidad y de la tierra. Su forma grotesca cubierta de serpientes y calaveras era alimentada y vestida con los restos  y las pieles de las víctimas de los sacrificios humanos del gran teocalli.
 Nezahualcóyotl les reprochó la horrorosa costumbre a los aztecas, al igual que lo hiciera el viejo Quetzalcóatl, profetizando la caída de su raza con la llegada del verdadero Dios de amor y de justicia. Y tras la llegada de los misioneros españoles los pueblos antiguos se encuentran con el Evangelio pero son asombrosamente conver-tidos por miles tras el milagro del Tepeyac. Desde entonces los mexicanos reconocen a María Santí-sima de Guadalupe, la que aplasta la serpiente de piedra, según la traducción náhuatl de su nombre María te coatlaxopeuh, como la Madre de los mexicanos y la Madre de América. Una madre que trae como manto un cielo abierto del cual cae en regalo, una lluvia de flores y entre ellas el nahui ollin, la única flor de cuatro pétalos que en la cultura azteca significa el Dios verdadero, el centro del universo, a la altura de su vientre. Es decir, María viene a México a presentarnos a su hijo, verdadero Dios y verdadero hombre para ser alabado por todos los pueblos y generaciones. Nos enseña que Ella es Madre de Jesucristo, y que intercede por nosotros ante el cielo porque su Hijo así lo quiso, cuando le dice al apóstol Juan, que representa al pueblo fiel: “Juan, he aquí a tu Madre”, y le dice a María: “Madre, he aquí a tu hijo” Y desde entonces somos cubiertos y protegidos benditamente por su manto amorosamente.
Esta gracia no la conocieron los coloniza-dores del norte de América, y por eso aún persisten en difundir calumnias contra la madre de Jesucristo. Aunque se autonombren cristianos ¿dónde queda su amor a Cristo si ofenden a su Madre? ¿De qué les sirve decirse cristianos si niegan uno de los principales signos de su divinidad que es la virginidad de María? Así como un letrero que se pone en frente de las casas avisando que “este hogar es católico”, para ellos es la imagen de la Virgen de Guadalupe como un divino anuncio que les dice: América es Mía, y no América para los (norte)americanos como gritan los creadores de la doctrina del Destino Manifiesto. Sepulcro blanqueado es la casa desde donde se patrocina toda la invasión de ese tipo de sectas antimarianas que Vasconcelos señalaba como amenaza de la identidad nacional. “México se queda sin religión castiza… Sucede que entre nosotros sólo la secta extranjera puede acercarse a las almas, porque su bandera no es la humilde tricolor”. Es María nuestra verdadera Madre, madre que engendra Vida y no la que engendra muerte, como la idolatrada por curanderos y charlatanes, esa “santa muerte” que invade en las almas de los mexicanos, que pide sacrificios de sangre. Son los nuevos sacerdotes aztecas los narcotraficantes y los abortistas que alimentan a esa nueva diosa y la alimentan con las víctimas inocentes de la violencia y de las nuevas leyes que defienden derechos aberrantes.
Por esto la misión de la mujer mexicana es muy valiosa. La mujer mexicana no debiera renunciar a ser el modelo de amor y de ternura, de docilidad, hermosura y de respeto por la vida. La mujer también debe prepararse, estudiar, salir adelante como persona. Debe luchar por defender y hacer valer su dignidad como mujer. Hacerse valer como dama no significa que tenga que comportarse como un hombre ni querer copiar sus roles, menos sus defectos. Debe cuidar que su mente no se nuble ante la tormenta que arrojan las pasiones, ni que su corazón se pierda en el torbellino de falsas ilusiones o vanas esperanzas. Una mujer integral sabe hacerse respetar y siempre guarda su dignidad como un tesoro. No le asusta enfrentar los retos que le impone la vida para poner siempre en práctica la verdad y la virtud. La mujer integral sabe lo que vale. La mujer vale por lo que es: una niña, una señorita, una dama, una madre, una esposa. Porque en su interior se le enciende el alma por ver a su patria libre como cualquier mujer valerosa defendería a sus hijos de las asechanzas de los vicios. Para poder realizarse la mujer en esta vida no requiere nunca parecerse a un hombre. Nunca debiera sentirse menos en su papel de mujer. ¡La mano que mece la cuna, es la mano que mece al mundo! De esas mujeres dignas de respeto y alabanza, de esas mujeres dignas de ser fuente de inspiración para poetas, sabios y santos, de esas mujeres por las que por sus sentimientos, sus cuidados y su ternura bien valdría dar la vida, de esas mujeres, íntegras en todo el sentido de la palabra, de esas mujeres se requieren en el tiempo de crisis de valores que estamos viviendo. De esas mujeres que, como Hidalgo, llevan como fuente de inspiración el estandarte guadalupano, de esas necesita nuestro pueblo para la salvación de nuestra querida Patria.

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