DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN DE VALORES

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lunes, 15 de agosto de 2011

Filosofía y misión del docente

Lanzada a la lucha, la verdad no puede ser serena, debe ser agitada como la tempestad y luminosa como el rayo que derriba las torres de la soberbia del mundo. Vasconcelos

En la actualidad existe mucho interés por parte de los educadores para formar o enseñar a sus alumnos los valores morales, si no centrados en las virtudes cristianas, por lo menos basándose en el orden natural de la vida humana. Sin embargo esto resulta muchas veces difícil o contradictorio por el hecho de no existir unidad de criterio dentro de la misma planta docente de un mismo centro educativo, al grado de institucionalizarse la enseñanza de los valores, pero arrancándoles su contenido esencial o adaptándolos al capricho personal para justificar ciertas conductas, más que para presentar un modelo y una guía hacia la virtud.
 A esto hay que agregar otro hecho que resulta a veces paradójico: los mismos gobiernos, tratando de disminuir los índices de violencia y corrupción, recurren a la educación como medio para sensibilizar la conducta moral de un pueblo, pero al mismo tiempo tratan de legalizar prácticas que atentan contra lo más esencial de la dignidad humana como es la vida. Esta divergencia muestra la falta de sentido que existe en la sociedad actual.
Este caso no es sólo vivencia de nuestro país sino de muchos otros que en la actualidad nos pueden servir como punto de partida para analizar el por qué existe  una crisis de valores en la sociedad, y principalmente en la juventud.
La juventud de hoy, y no sólo la de hoy sino la de siempre, ha estado de alguna manera en crisis. Y como en toda crisis es una etapa de la vida en la que se destaca la confusión, el dilema, y hasta el desencanto de las inocentes fantasías de la niñez. Parece que con esto se quiere decir que la juventud ha sido siempre una etapa trágica pero no es así. Se dice que la juventud es una etapa de crisis porque es una etapa  que bien podría llamarse la Etapa de la Búsqueda de Sentido de la Vida.
Decía el maestro Anacleto González Flores que la esencia de la juventud es la osadía, la belleza del riesgo[1]. Y si ese joven no cae en la apatía o la pereza, él estará dispuesto a arrojarse con toda esa osadía hacia la búsqueda de un ideal, y el joven debe ser formado e informado para que no caiga en errores del pasado.
Pero es importante destacar que la crisis de la juventud es difícil superarse si las ideas y los valores, las instituciones (religiosas o civiles), las familias, educadores y medios de difusión también están en crisis, es decir  manifiestan confusión y falta de sentido a su razón de ser o existir.
Hay tres preguntas vitales para encontrar el sentido de nuestras vidas: el por qué estoy aquí, de dónde vengo y a dónde voy. El distorsionar, olvidar o hasta negar cuál es nuestra procedencia hace que haya personas que dirijan sus vidas manifestando un feroz individualismo, algo más que egolatría convirtiéndose la persona en dios de sí mismo. Surge así una crisis social pues el joven quiere resolver sus preocupaciones, pero con poca sensibilidad frente a los problemas de los demás, escéptico ante las cosas espirituales, o si acaso, acomodando sus ideas sobre Dios a su conveniencia.
Consecuentemente la juventud cae en una crisis de valores morales. Se enfrenta con el gran dilema de que aún reconociendo lo valioso de ciertos actos como la honestidad, la verdad, la justicia o la Santa Religión, no los practica,  porque al fin y al cabo, “nadie lo hace”, y quienes “triunfan” en la vida se distinguen por sus actos corruptos.
Esta crisis moral es grave si reconocemos que la etapa de la juventud se distingue principalmente por la necesidad de identidad, de afecto y de autonomía: la primera que se caracteriza por  ver la encarnación del tipo de persona que resulta de darle cierto sentido a su vida; la segunda se manifiesta por la sensualidad y la sexualidad características de esta etapa; y la necesidad de autonomía se manifiesta por la rebeldía a la tradición y autoridad buscando la independencia del hogar.
Así como existen comerciantes que nos ofrecen sus productos para satisfacer nuestras necesidades de alimento y vestido, por ejemplo, y compiten entre ellos, algunos ofreciendo buena calidad, otros ofreciendo buen gusto, y otros hasta adulterando la calidad de los insumos para abaratar sus costos y obtener mejores ganancias, encubriendo la falsedad con una buena presentación o propaganda comercial, pues de la misma manera hay quienes ofrecen satisfacer esas necesidades por las cuales atraviesa la juventud con alternativas sanas pero, desgraciadamente, también hay quienes corrompen a los jóvenes ofreciendo novedades que a base de mentira y “verdades a medias” persuaden de tal manera que al mal lo llaman bien, confundiendo y sacando provecho de la crisis que atraviesa la juventud en la búsqueda de identidad, afecto y autonomía.
Por esta razón, todo educador que se proponga incursionar en la enseñanza de los valores morales a los jóvenes,  no deberá bastarle estudiar el problema de la crisis de valores en forma superficial. También el educador debe saber de donde procede el problema que desea resolver. Si no puede resolver la causa del problema, al menos el conocerlo le servirá para entender mejor la consecuencia que se está manifestando.
El educador debe tener clara la idea de que la crisis de valores morales en la juventud es un problema que, como todos, también tiene una causa, y dicha causa también se dirige hacia un fin, lleva una intención, tiene muy claro el sentido, como el vendedor que ofrece productos de mala calidad a propósito.
Por distintos medios, a niños, jóvenes y adultos se les hace una clara invitación a vivir el hoy sin importar el mañana y mucho menos el pasado. Sin embargo, se insiste que para poder resolver un problema es necesario distinguir su causa, y por esta razón, el docente debe recurrir a la Filosofía y debe recurrir también a la Historia.
Los problemas morales y sociales que enfrenta la juventud actual se pueden identificar claramente entre las variadas doctrinas que desde tiempos antiguos se han difundido y señalado como cánceres de la sociedad, y no había confusión en declarar como corruptas las enseñanzas carentes de verdad, pero es cierto también que quien hablaba con la verdad era injustamente criticado y hasta cruelmente torturado o martirizado.
Solo como ejemplo, podemos recordar a la antigua Grecia del siglo IV antes de Cristo en el apogeo de la cultura occidental. Sócrates enseñó y practicó los más sublimes valores morales y explicaba que la máxima aspiración del hombre era alcanzar la Virtud y la Ciencia. Enseñó que sólo puede existir un Dios, supremo Bien, Verdad y Belleza y por tal enseñanza fue condenado a muerte por un Estado que sostenía el politeísmo pagano. Tuvo en esa época grandes opositores llamados sofistas por su manera de engañar a los jóvenes enseñando cosas falsas pero expuestas con excelente retórica. Protágoras, uno de los sofistas, enseñaba que la verdad en sí no existe, que es relativa. Nadie puede decirte que lo que te enseña es verdad porque la única verdad es que no hay verdad. ¿Se parece esto a lo que vivimos hoy? Este principio del relativismo fue catastrófico en el plano de la moral pues al Mal se le podía llamar Bien y al Bien, Mal.
Otra doctrina errónea fue el escepticismo difundido por Pirrón, quien enseñaba que como nada es verdadero pues no tiene caso buscar la verdad. Era una especie de apatía. En el plano de la moral la grave conclusión fue que no tenía caso preocuparse por hacer lo que me dicen que es bueno pues dudo de que eso sea verdad. En el siglo II a.C. Aristóteles enseñaba que la finalidad del ser humano era alcanzar la Felicidad, y que ésta era posible alcanzarla en esta vida mediante la práctica de la Virtud y la Sabiduría. Pero hubo quienes afirmaron que la felicidad sí pero no por la vía difícil sino por la fácil, la que no requiere esfuerzo ni sacrificio. Difundían que es por la satisfacción de los instintos y sentidos como se logrará ser feliz en la vida. Los hedonistas confundían la felicidad con el placer, puramente fisiológico y emotivo, y en tal doctrina se encuentran inundados muchos jóvenes en la actualidad. Ante tal doctrina difundida desde entonces, la Historia nos da el ejemplo de cómo un pueblo, el del mayor imperio antiguo habido, sucumbe al no mantener firme el rumbo hacia los valores espirituales.
Decía el canciller alemán Bismark que en una contienda es más demoledor y efectivo, la mentalidad o filosofía que está detrás de los cañones, que los cañones mismos. Si en la actualidad el joven se encuentra ante un gran mercado de costumbres e ideologías y es constantemente bombardeado por  modas que lejos de ser sanas lo inclinan al vandalismo, a la drogadicción, a la delincuencia organizada, a la subversión, a la degeneración, a la promiscuidad, etc., es entonces de elemental prudencia y de indispensable honradez intelectual que el educador conozca las armas ideológicas que exhibe el enemigo de la juventud y familiarizarse, prudentemente, con su filosofía, en forma de ir a buscarlo y combatirlo en sus propias trincheras, como con estas palabras lo afirmaba el ilustre filósofo mexicano, el doctor Samuel Vargas Montoya[2].
En la actualidad se vive en un ambiente donde la tolerancia es tratada de poner como principal virtud[3]. El educador debe ser muy hábil para no caer en el error de lastimar la dignidad humana, cuya naturaleza es de por sí falible. Las distintas opiniones deben ser escuchadas y analizadas por el maestro y esto debe inculcarlo a sus alumnos, pero es necesario aclarar que en ningún momento debe dejar al alumno en el error y menos en el terreno ideológico. Las ideas y los sistemas filosóficos que no se amoldan a la verdad y realidad de las cosas, y que sustentan las actitudes intrigantes de la juventud moderna, solo pueden atacarse con ideas. Al joven ya no solo hay que decirle “esto esta mal”. No se le debe argumentar con el “tú estas en el error porque yo estoy en lo cierto”. El maestro no debe conformarse con ser un simple facilitador o desarrollador de competencias pensando sólo en la vida productiva del alumno. Es necesario que motive el debate, que despierte las habilidades del pensamiento riguroso, que valore, ya sea empleando el método mayéutico, el irónico, el escolástico y otros. En fin, se requiere que el educador utilice las mismas habilidades y prejuicios de quienes le expusieron cierta actitud al joven. Lo contrario sería caer en el error de la apatía, hoy malamente llamada tolerancia.
Así como enseñar al que no sabe, también corregir al que yerra es una obra de misericordia espiritual y es, además, finalidad esencial de la labor docente en su misión salvífica. El maestro, pues, no debiera solo exponer las distintas doctrinas filosóficas de la historia como una charola de colores en las cuales el alumno debe escoger. Es necesario señalar los aciertos y errores reflexionando en las consecuencias que trae consigo el normar la conducta bajo cierto tipo de doctrina, o abrazar cierta ideología, porque hasta con el no querer seguir una doctrina filosófica ya se esta siguiendo una ideología.
Unas gotas de sana filosofía e historia pueden servir al maestro para adquirir un nuevo panorama mediante la reflexión y análisis crítico pero para aplicar dichos conocimientos, interpretando, transformando y descubriendo situaciones del contexto que le rodea, reforzando su criterio para que valore, quiera y encauce todo el vigor de su osadía para defender las raíces de nuestra cultura occidental cristiana y mestiza, rica en tradiciones, resguardándola de que no se extravíe su identidad ante la ola de contravalores y relativismo moral que hoy se promueven tan comúnmente en nuestra sociedad por la casi inevitable transculturalización de la revolución globalizadora.
Se tiene la esperanza de que el buen desempeño del maestro(a) despierte en sus alumnos la curiosidad por buscar el verdadero alimento que satisfaga esa hambre espiritual que, aunque inconscientemente pero con mucha ansia, busca toda persona en el paso por la existencia terrena hacia la eternidad.

Veritas liberabit vos.

Armando Robles Liceaga


[1] Anacleto González Flores. Tú serás Rey, Ed. APC. Méx., 2000
[2] Dr. Samuel Vargas Montoya, Metafísica y la teoría del conocimiento, Ed.Porrúa, México,1977
[3] Francis Fukuyama, La Gran Ruptura: La naturaleza humana y la reconstrucción del orden social; Ed.Atlántida; España, 1999

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