DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN DE VALORES

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jueves, 20 de octubre de 2011

HALLOWEEN: LA FIESTA QUE DESTRUYE NUESTRAS TRADICIONES

 
Una tradición tiene por objeto la enseñanza de valores a los descendientes. Valores que le dan identidad y personalidad a todo un pueblo. Las costumbres y tradiciones típicas de nuestro país se distinguen precisamente por la difusión de valores trascendentales como el amor a la madre, el respeto a la vida, dignificación de la muerte y recuerdo de un ser querido, amor a la patria, el recuerdo de un héroe  etc.
Pero ¿qué valores se transmiten con la celebración del 31 de octubre importada a nuestro país festejando el día de las brujas? Según el diccionario, una bruja o hechicera es una persona que hace trato con el diablo para tener poderes sobrenaturales y hacer maleficios. Pero aunque se tratara sólo de una creencia popular es fácil entender que por lo menos una bruja es una persona que se dedica al chantaje, al fraude y a la difusión del fanatismo y la superstición, muy contrarios a lo que el Artículo 3ro. de la Constitución pide que se fomente en las escuelas.
Nuestras escuelas son formadoras y debieran inculcar el amor por nuestros símbolos patrios, transmitir lo más valioso de nuestra cultura y tradiciones, y cuando esto no sucede no nos levantamos para protestar sino que hasta los papás apoyan aún más mandando a los pequeños a la "fiesta de brujas" que organiza su escuela.
Actualmente los jóvenes, adolescentes y los niños celebran el Halloween vestidos de diablos, brujos, muertos, mounstros, vampiros, momias y demás personajes relacionados principalmente con el mal.  Pero si observamos bien, muchas de las caracterizaciones usadas como disfraz hacen alusión al instinto más bajo del ser humano, representando en forma morbosa y grotesca a personas mutiladas, decapitadas, víctimas de accidentes o de crímenes horripilantes, etc., provocando que niños y jóvenes pierdan conciencia moral, siendo insensibles al dolor humano y haciéndole perder la noción de bien y mal.
Muchos papás dicen al respecto: "Es que mi niño tiene mucha ilusión y como todos sus amiguitos ya tienen su disfraz...pues..."  Pero no piensan que festejar Halloween solo por los dulces es una forma de manipular la inocencia del niño que no sabe realmente qué festeja.
Es importante recalcar que el Halloween es una contracultura en el sentido de que esta “fiesta” no tiene como objetivo celebrar a algún héroe, ni recordar algún hecho histórico digno de ejemplo para la humanidad, sino hacer homenaje a lo grotesco, a lo horrible.  Su finalidad es saciar la morbosidad y la imaginación enfermiza creando una falta de respeto a la vida, y promoviendo entonces la contracultura de la muerte.
Sólo se celebra a lo que se admira o se quiere. No hay nadie que celebre un día dedicado a su enemigo, y un enemigo muy evidente en la actualidad para nuestros niños y jóvenes es sin lugar a dudas la violencia, y además es una gran incongruencia que un buen padre y un buen maestro fomenten una fiesta en honor a la maldad. En Halloween abundan las máscaras. Y precisamente todo este festejo con niños pidiendo dulces inocentemente es una máscara tras la que se oculta todo un aparato de comercio explotador de la curiosidad por lo más negro y malvado del ser humano.
Nuestro país es rico en tradiciones llenas de valores. Festejémoslas y enseñemos a valorar lo nuestro. La tradición mexicana de fieles difuntos no es comparable con Halloween, porque en día de muertos no se rinde homenaje a ningún dios de la muerte sino que se manifiesta el aprecio y cariño a alguien que ya no nos acompaña en esta vida y sirve para reflexionar en que algún día vamos a morir y debemos heredar lo mejor de nosotros a nuestros seres queridos. ¡Qué diferente se ven esas graciosas calaveras de azúcar adornadas con vivos colores! Pero ¿Qué valores se fomentan en la celebración de Halloween? No hay que echarle la culpa a la moda ni a la globalización. Un imperio domina no sólo por el poder del dinero y de las armas sino también por el poder de las ideas, las malas ideas. Y tanto los padres como los maestros, tienen el arma para defender nuestras valiosas tradiciones.

NO AL HALLOWEEN…
SI A NUESTRAS TRADICIONES

lunes, 15 de agosto de 2011

Filosofía y misión del docente

Lanzada a la lucha, la verdad no puede ser serena, debe ser agitada como la tempestad y luminosa como el rayo que derriba las torres de la soberbia del mundo. Vasconcelos

En la actualidad existe mucho interés por parte de los educadores para formar o enseñar a sus alumnos los valores morales, si no centrados en las virtudes cristianas, por lo menos basándose en el orden natural de la vida humana. Sin embargo esto resulta muchas veces difícil o contradictorio por el hecho de no existir unidad de criterio dentro de la misma planta docente de un mismo centro educativo, al grado de institucionalizarse la enseñanza de los valores, pero arrancándoles su contenido esencial o adaptándolos al capricho personal para justificar ciertas conductas, más que para presentar un modelo y una guía hacia la virtud.
 A esto hay que agregar otro hecho que resulta a veces paradójico: los mismos gobiernos, tratando de disminuir los índices de violencia y corrupción, recurren a la educación como medio para sensibilizar la conducta moral de un pueblo, pero al mismo tiempo tratan de legalizar prácticas que atentan contra lo más esencial de la dignidad humana como es la vida. Esta divergencia muestra la falta de sentido que existe en la sociedad actual.
Este caso no es sólo vivencia de nuestro país sino de muchos otros que en la actualidad nos pueden servir como punto de partida para analizar el por qué existe  una crisis de valores en la sociedad, y principalmente en la juventud.
La juventud de hoy, y no sólo la de hoy sino la de siempre, ha estado de alguna manera en crisis. Y como en toda crisis es una etapa de la vida en la que se destaca la confusión, el dilema, y hasta el desencanto de las inocentes fantasías de la niñez. Parece que con esto se quiere decir que la juventud ha sido siempre una etapa trágica pero no es así. Se dice que la juventud es una etapa de crisis porque es una etapa  que bien podría llamarse la Etapa de la Búsqueda de Sentido de la Vida.
Decía el maestro Anacleto González Flores que la esencia de la juventud es la osadía, la belleza del riesgo[1]. Y si ese joven no cae en la apatía o la pereza, él estará dispuesto a arrojarse con toda esa osadía hacia la búsqueda de un ideal, y el joven debe ser formado e informado para que no caiga en errores del pasado.
Pero es importante destacar que la crisis de la juventud es difícil superarse si las ideas y los valores, las instituciones (religiosas o civiles), las familias, educadores y medios de difusión también están en crisis, es decir  manifiestan confusión y falta de sentido a su razón de ser o existir.
Hay tres preguntas vitales para encontrar el sentido de nuestras vidas: el por qué estoy aquí, de dónde vengo y a dónde voy. El distorsionar, olvidar o hasta negar cuál es nuestra procedencia hace que haya personas que dirijan sus vidas manifestando un feroz individualismo, algo más que egolatría convirtiéndose la persona en dios de sí mismo. Surge así una crisis social pues el joven quiere resolver sus preocupaciones, pero con poca sensibilidad frente a los problemas de los demás, escéptico ante las cosas espirituales, o si acaso, acomodando sus ideas sobre Dios a su conveniencia.
Consecuentemente la juventud cae en una crisis de valores morales. Se enfrenta con el gran dilema de que aún reconociendo lo valioso de ciertos actos como la honestidad, la verdad, la justicia o la Santa Religión, no los practica,  porque al fin y al cabo, “nadie lo hace”, y quienes “triunfan” en la vida se distinguen por sus actos corruptos.
Esta crisis moral es grave si reconocemos que la etapa de la juventud se distingue principalmente por la necesidad de identidad, de afecto y de autonomía: la primera que se caracteriza por  ver la encarnación del tipo de persona que resulta de darle cierto sentido a su vida; la segunda se manifiesta por la sensualidad y la sexualidad características de esta etapa; y la necesidad de autonomía se manifiesta por la rebeldía a la tradición y autoridad buscando la independencia del hogar.
Así como existen comerciantes que nos ofrecen sus productos para satisfacer nuestras necesidades de alimento y vestido, por ejemplo, y compiten entre ellos, algunos ofreciendo buena calidad, otros ofreciendo buen gusto, y otros hasta adulterando la calidad de los insumos para abaratar sus costos y obtener mejores ganancias, encubriendo la falsedad con una buena presentación o propaganda comercial, pues de la misma manera hay quienes ofrecen satisfacer esas necesidades por las cuales atraviesa la juventud con alternativas sanas pero, desgraciadamente, también hay quienes corrompen a los jóvenes ofreciendo novedades que a base de mentira y “verdades a medias” persuaden de tal manera que al mal lo llaman bien, confundiendo y sacando provecho de la crisis que atraviesa la juventud en la búsqueda de identidad, afecto y autonomía.
Por esta razón, todo educador que se proponga incursionar en la enseñanza de los valores morales a los jóvenes,  no deberá bastarle estudiar el problema de la crisis de valores en forma superficial. También el educador debe saber de donde procede el problema que desea resolver. Si no puede resolver la causa del problema, al menos el conocerlo le servirá para entender mejor la consecuencia que se está manifestando.
El educador debe tener clara la idea de que la crisis de valores morales en la juventud es un problema que, como todos, también tiene una causa, y dicha causa también se dirige hacia un fin, lleva una intención, tiene muy claro el sentido, como el vendedor que ofrece productos de mala calidad a propósito.
Por distintos medios, a niños, jóvenes y adultos se les hace una clara invitación a vivir el hoy sin importar el mañana y mucho menos el pasado. Sin embargo, se insiste que para poder resolver un problema es necesario distinguir su causa, y por esta razón, el docente debe recurrir a la Filosofía y debe recurrir también a la Historia.
Los problemas morales y sociales que enfrenta la juventud actual se pueden identificar claramente entre las variadas doctrinas que desde tiempos antiguos se han difundido y señalado como cánceres de la sociedad, y no había confusión en declarar como corruptas las enseñanzas carentes de verdad, pero es cierto también que quien hablaba con la verdad era injustamente criticado y hasta cruelmente torturado o martirizado.
Solo como ejemplo, podemos recordar a la antigua Grecia del siglo IV antes de Cristo en el apogeo de la cultura occidental. Sócrates enseñó y practicó los más sublimes valores morales y explicaba que la máxima aspiración del hombre era alcanzar la Virtud y la Ciencia. Enseñó que sólo puede existir un Dios, supremo Bien, Verdad y Belleza y por tal enseñanza fue condenado a muerte por un Estado que sostenía el politeísmo pagano. Tuvo en esa época grandes opositores llamados sofistas por su manera de engañar a los jóvenes enseñando cosas falsas pero expuestas con excelente retórica. Protágoras, uno de los sofistas, enseñaba que la verdad en sí no existe, que es relativa. Nadie puede decirte que lo que te enseña es verdad porque la única verdad es que no hay verdad. ¿Se parece esto a lo que vivimos hoy? Este principio del relativismo fue catastrófico en el plano de la moral pues al Mal se le podía llamar Bien y al Bien, Mal.
Otra doctrina errónea fue el escepticismo difundido por Pirrón, quien enseñaba que como nada es verdadero pues no tiene caso buscar la verdad. Era una especie de apatía. En el plano de la moral la grave conclusión fue que no tenía caso preocuparse por hacer lo que me dicen que es bueno pues dudo de que eso sea verdad. En el siglo II a.C. Aristóteles enseñaba que la finalidad del ser humano era alcanzar la Felicidad, y que ésta era posible alcanzarla en esta vida mediante la práctica de la Virtud y la Sabiduría. Pero hubo quienes afirmaron que la felicidad sí pero no por la vía difícil sino por la fácil, la que no requiere esfuerzo ni sacrificio. Difundían que es por la satisfacción de los instintos y sentidos como se logrará ser feliz en la vida. Los hedonistas confundían la felicidad con el placer, puramente fisiológico y emotivo, y en tal doctrina se encuentran inundados muchos jóvenes en la actualidad. Ante tal doctrina difundida desde entonces, la Historia nos da el ejemplo de cómo un pueblo, el del mayor imperio antiguo habido, sucumbe al no mantener firme el rumbo hacia los valores espirituales.
Decía el canciller alemán Bismark que en una contienda es más demoledor y efectivo, la mentalidad o filosofía que está detrás de los cañones, que los cañones mismos. Si en la actualidad el joven se encuentra ante un gran mercado de costumbres e ideologías y es constantemente bombardeado por  modas que lejos de ser sanas lo inclinan al vandalismo, a la drogadicción, a la delincuencia organizada, a la subversión, a la degeneración, a la promiscuidad, etc., es entonces de elemental prudencia y de indispensable honradez intelectual que el educador conozca las armas ideológicas que exhibe el enemigo de la juventud y familiarizarse, prudentemente, con su filosofía, en forma de ir a buscarlo y combatirlo en sus propias trincheras, como con estas palabras lo afirmaba el ilustre filósofo mexicano, el doctor Samuel Vargas Montoya[2].
En la actualidad se vive en un ambiente donde la tolerancia es tratada de poner como principal virtud[3]. El educador debe ser muy hábil para no caer en el error de lastimar la dignidad humana, cuya naturaleza es de por sí falible. Las distintas opiniones deben ser escuchadas y analizadas por el maestro y esto debe inculcarlo a sus alumnos, pero es necesario aclarar que en ningún momento debe dejar al alumno en el error y menos en el terreno ideológico. Las ideas y los sistemas filosóficos que no se amoldan a la verdad y realidad de las cosas, y que sustentan las actitudes intrigantes de la juventud moderna, solo pueden atacarse con ideas. Al joven ya no solo hay que decirle “esto esta mal”. No se le debe argumentar con el “tú estas en el error porque yo estoy en lo cierto”. El maestro no debe conformarse con ser un simple facilitador o desarrollador de competencias pensando sólo en la vida productiva del alumno. Es necesario que motive el debate, que despierte las habilidades del pensamiento riguroso, que valore, ya sea empleando el método mayéutico, el irónico, el escolástico y otros. En fin, se requiere que el educador utilice las mismas habilidades y prejuicios de quienes le expusieron cierta actitud al joven. Lo contrario sería caer en el error de la apatía, hoy malamente llamada tolerancia.
Así como enseñar al que no sabe, también corregir al que yerra es una obra de misericordia espiritual y es, además, finalidad esencial de la labor docente en su misión salvífica. El maestro, pues, no debiera solo exponer las distintas doctrinas filosóficas de la historia como una charola de colores en las cuales el alumno debe escoger. Es necesario señalar los aciertos y errores reflexionando en las consecuencias que trae consigo el normar la conducta bajo cierto tipo de doctrina, o abrazar cierta ideología, porque hasta con el no querer seguir una doctrina filosófica ya se esta siguiendo una ideología.
Unas gotas de sana filosofía e historia pueden servir al maestro para adquirir un nuevo panorama mediante la reflexión y análisis crítico pero para aplicar dichos conocimientos, interpretando, transformando y descubriendo situaciones del contexto que le rodea, reforzando su criterio para que valore, quiera y encauce todo el vigor de su osadía para defender las raíces de nuestra cultura occidental cristiana y mestiza, rica en tradiciones, resguardándola de que no se extravíe su identidad ante la ola de contravalores y relativismo moral que hoy se promueven tan comúnmente en nuestra sociedad por la casi inevitable transculturalización de la revolución globalizadora.
Se tiene la esperanza de que el buen desempeño del maestro(a) despierte en sus alumnos la curiosidad por buscar el verdadero alimento que satisfaga esa hambre espiritual que, aunque inconscientemente pero con mucha ansia, busca toda persona en el paso por la existencia terrena hacia la eternidad.

Veritas liberabit vos.

Armando Robles Liceaga


[1] Anacleto González Flores. Tú serás Rey, Ed. APC. Méx., 2000
[2] Dr. Samuel Vargas Montoya, Metafísica y la teoría del conocimiento, Ed.Porrúa, México,1977
[3] Francis Fukuyama, La Gran Ruptura: La naturaleza humana y la reconstrucción del orden social; Ed.Atlántida; España, 1999

viernes, 12 de agosto de 2011

SÍMBOLO DE MEXICANIDAD


Por A. Rob Lee S.L.
Revisando la historia de las culturas antiguas puede observarse que la mujer ha ocupado, generalmente, un lugar inferior con respecto al hombre dentro de la sociedad. En las culturas prehispánicas las mujeres eran frecuentemente golpeadas y maltratadas por sus maridos, pero para ellas representaba el interés que éstos tenían por ellas. Entre los aztecas las mujeres no contaban prácticamente con dignidad. Era lujo de riqueza tener varias mujeres y a ellas se les imponían los trabajos más duros. Era tan exagerada la sumisión de ellas que tenían que hacer tres genuflexiones ante la presencia de un señor, pronunciando “señor”, “señor mío” y “mi gran señor”. Y cuando el emperador era trasladado públicamente por sus sirvientes, el las mujeres junto con el pueblo tenían que evitar mirarle de frente en señal de que no eran merecedores de ver ni la cara del gran señor, y el cortejo marchaba siempre mirando al suelo. Sin embargo, en contraste, pueden encontrarse casos de antiguas civilizaciones que fueron gobernadas por distinguidas mujeres antes de la era cristiana. Algo curioso que ocurre en estas antiguas culturas, incluyendo a las del México prehispánico es que, aunque la mujer tuviera un trato inferior y a veces hasta denigrante, hay muchas pruebas de que la mujer era vista con tal veneración, incluso al grado de deificarla, por la gran diferencia con el hombre de poder engendrar la vida, por poder ser madre.
Es muy difundido entre la gente que ser mujer es ser débil y desgraciadamente no son pocas las mujeres que para demostrar lo contrario pretenden igualarse al hombre. Grave error si se toma en cuenta que por naturaleza hombres y mujeres no son iguales. No quiere decir esto que el hombre sea en todo superior o que la mujer lo sea, sino que hombre y mujer por naturaleza son complementarios. También la mujer está llamada a la lucha por los legítimos derechos, y no son pocos los ejemplos que se encuentran en la historia en que la mujer ha mostrado gran valor, coraje y arrojo por defender los valores más nobles.
La mujer juega un papel muy importante en la formación de una sociedad. Sin desmerecer al varón, donde la mujer se encuentre o actúe es ella quien mantiene el nivel de relación. Y esto lo saben muy bien quienes tratan de conquistar las mentes de los pueblos. Es la familia la célula básica de cualquier sociedad, en cualquier lugar y en cualquier época de la historia. Pero también la familia tiene a su vez un núcleo, y ese núcleo, esa base en la cual se sustenta la familia para su formación y desarrollo es el matrimonio. Curiosamente la pareja de esposos se llama matrimonio y no patrimonio. Cada hijo recibe la experiencia del mundo exterior a través de su madre. Es con nuestra madre con quien todos tuvimos nuestro primer encuentro en la vida. De ella recibimos las primeras caricias, el primer alimento, la primera educación. Por eso es muy natural el apego que los hijos tienen hacia su madre y es de todo corazón bien agradecido el guardarle a ella todo nuestro respeto y veneración. Hasta el mismo Dios quiso tener una Madre para venir a darnos esperanzas a este mundo.
Con lo anterior se quiere sostener que la maternidad es una vocación natural en la mujer. Una vocación cuya finalidad es tan importante no menos que la del hombre en el seno familiar. La maternidad es una cualidad esencial del sexo femenino pero esto no significa que la mujer sólo sirva para ser madre. Es lógico que se puede legítimamente escoger de manera libre la forma de vida de casada, la soltería o la de optar por los votos religiosos sin que esto implique la negación de lo expresado, aceptando y respetando los rasgos esenciales de la femineidad otorgados por la naturaleza. Pero actualmente se atenta contra el matrimonio propo-niendo a los jóvenes el amor libre, el “matrimonio a prueba”, proponiéndoles el divorcio como la vía más fácil de resolver los conflictos en la pareja. El don de dar vida se mira ahora como una desgracia y se persuade a la mujer de que mate a sus hijos antes de que nazcan.
Son pocos los anuncios en los medios de comunicación que no presentan a la mujer como gancho de atracción, des-pertando interés sólo por saciar la morbosidad de las masas. Presentan a la mujer cada vez más libertina y hasta animalizada, rebajando su dignidad al mostrarla como un objeto de comercio.
Se promueve la “liberación femenina” haciendo creer que liberarse es abandonar la responsabilidad de hijas, la responsabilidad de novias y hasta la responsabilidad de madres formadoras. Transforman la liberación de la mujer en una  esclavización a las modas, a los vicios, a la vanidad, al consumismo, y hasta la perversión de la dignidad femenina convirtiendo a la mujer en un objeto de placer desechable.
Aquéllos que quieren dominar a la juventud mexicana saben muy bien que si quieren dominar al mundo deben dominar a las naciones, y que si quieren causar la ruina de las naciones deben causar la ruina de las familias. Saben bien que para destruir las familias basta desintegrar los matrimonios. Saben muy bien que para dominar a los pueblos basta pervertir a la mujer.
Pervierte a la mujer y tendrás una madre que no educará a la familia y en consecuencia tendrás una juventud esclavizada.
Con la llegada del cristianismo la mujer alcanzó el respeto a la dignidad que otras culturas no le concedían. Es la mujer quien comete el primer pecado de los seres humanos, según el Génesis; pero es también la mujer quien ha traído la salvación del género humano, y es figura principal en los aconte-cimientos del final de los tiempos que describe el Apocalipsis. De hecho, para el cristianismo, el ser humano que está más cerca de Dios es María, una mujer, arquetipo de esposa y madre, de mujer humilde fiel a su identidad, fuente de vida y amor generoso. Cuál mayor orgullo para una criatura humana. Y cuál mayor orgullo para los mexicanos y todos los pueblos de América, que María, la madre del Salvador haya querido adoptar como hijos suyos a este pueblo mestizo.
El mexicano no siente mayor insulto que la falta de respeto hacia su madre, y por muy malvado que el hombre sea, ve en su madre un refugio y un tesoro qué cuidar. Con más razón cuando se trata de la reina del cielo que le dijo al indio Cuauhtlatoatzin: “no temas, Juan Diego. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”. Y es que los antiguos aztecas adoraban a Coatlicue (la de la falda de serpientes) y la nombraban Tonantzin (nuestra madrecita), quien era la madre de todos los dioses, divinidad de la fertilidad y de la tierra. Su forma grotesca cubierta de serpientes y calaveras era alimentada y vestida con los restos  y las pieles de las víctimas de los sacrificios humanos del gran teocalli.
 Nezahualcóyotl les reprochó la horrorosa costumbre a los aztecas, al igual que lo hiciera el viejo Quetzalcóatl, profetizando la caída de su raza con la llegada del verdadero Dios de amor y de justicia. Y tras la llegada de los misioneros españoles los pueblos antiguos se encuentran con el Evangelio pero son asombrosamente conver-tidos por miles tras el milagro del Tepeyac. Desde entonces los mexicanos reconocen a María Santí-sima de Guadalupe, la que aplasta la serpiente de piedra, según la traducción náhuatl de su nombre María te coatlaxopeuh, como la Madre de los mexicanos y la Madre de América. Una madre que trae como manto un cielo abierto del cual cae en regalo, una lluvia de flores y entre ellas el nahui ollin, la única flor de cuatro pétalos que en la cultura azteca significa el Dios verdadero, el centro del universo, a la altura de su vientre. Es decir, María viene a México a presentarnos a su hijo, verdadero Dios y verdadero hombre para ser alabado por todos los pueblos y generaciones. Nos enseña que Ella es Madre de Jesucristo, y que intercede por nosotros ante el cielo porque su Hijo así lo quiso, cuando le dice al apóstol Juan, que representa al pueblo fiel: “Juan, he aquí a tu Madre”, y le dice a María: “Madre, he aquí a tu hijo” Y desde entonces somos cubiertos y protegidos benditamente por su manto amorosamente.
Esta gracia no la conocieron los coloniza-dores del norte de América, y por eso aún persisten en difundir calumnias contra la madre de Jesucristo. Aunque se autonombren cristianos ¿dónde queda su amor a Cristo si ofenden a su Madre? ¿De qué les sirve decirse cristianos si niegan uno de los principales signos de su divinidad que es la virginidad de María? Así como un letrero que se pone en frente de las casas avisando que “este hogar es católico”, para ellos es la imagen de la Virgen de Guadalupe como un divino anuncio que les dice: América es Mía, y no América para los (norte)americanos como gritan los creadores de la doctrina del Destino Manifiesto. Sepulcro blanqueado es la casa desde donde se patrocina toda la invasión de ese tipo de sectas antimarianas que Vasconcelos señalaba como amenaza de la identidad nacional. “México se queda sin religión castiza… Sucede que entre nosotros sólo la secta extranjera puede acercarse a las almas, porque su bandera no es la humilde tricolor”. Es María nuestra verdadera Madre, madre que engendra Vida y no la que engendra muerte, como la idolatrada por curanderos y charlatanes, esa “santa muerte” que invade en las almas de los mexicanos, que pide sacrificios de sangre. Son los nuevos sacerdotes aztecas los narcotraficantes y los abortistas que alimentan a esa nueva diosa y la alimentan con las víctimas inocentes de la violencia y de las nuevas leyes que defienden derechos aberrantes.
Por esto la misión de la mujer mexicana es muy valiosa. La mujer mexicana no debiera renunciar a ser el modelo de amor y de ternura, de docilidad, hermosura y de respeto por la vida. La mujer también debe prepararse, estudiar, salir adelante como persona. Debe luchar por defender y hacer valer su dignidad como mujer. Hacerse valer como dama no significa que tenga que comportarse como un hombre ni querer copiar sus roles, menos sus defectos. Debe cuidar que su mente no se nuble ante la tormenta que arrojan las pasiones, ni que su corazón se pierda en el torbellino de falsas ilusiones o vanas esperanzas. Una mujer integral sabe hacerse respetar y siempre guarda su dignidad como un tesoro. No le asusta enfrentar los retos que le impone la vida para poner siempre en práctica la verdad y la virtud. La mujer integral sabe lo que vale. La mujer vale por lo que es: una niña, una señorita, una dama, una madre, una esposa. Porque en su interior se le enciende el alma por ver a su patria libre como cualquier mujer valerosa defendería a sus hijos de las asechanzas de los vicios. Para poder realizarse la mujer en esta vida no requiere nunca parecerse a un hombre. Nunca debiera sentirse menos en su papel de mujer. ¡La mano que mece la cuna, es la mano que mece al mundo! De esas mujeres dignas de respeto y alabanza, de esas mujeres dignas de ser fuente de inspiración para poetas, sabios y santos, de esas mujeres por las que por sus sentimientos, sus cuidados y su ternura bien valdría dar la vida, de esas mujeres, íntegras en todo el sentido de la palabra, de esas mujeres se requieren en el tiempo de crisis de valores que estamos viviendo. De esas mujeres que, como Hidalgo, llevan como fuente de inspiración el estandarte guadalupano, de esas necesita nuestro pueblo para la salvación de nuestra querida Patria.

jueves, 11 de agosto de 2011

La formación de hábitos en los hijos

Por Armando Robles

Es muy importante que los docentes de cualquier área, asesores, tutores y orientadores procuren el apoyo de los padres de familia en la formación de sus hijos. La escuela es un recurso del cual disponen los padres de familia para complementar la educación que deben proporcionara a la prole. Por esta razón los maestros deben conocer cómo es que los padres deben formar hábitos buenos en sus hijos y hacerles las siguientes recomendaciones que también los maestros pueden aplicar con sus alumnos.
Podemos partir de que la naturaleza del ser humano ha sido dispuesta de tal manera que durante un periodo relativamente largo de su vida depende totalmente de sus padres para sobrevivir y para lograr procurarse lo necesario para la vida física, lo cual es muy diferente a lo que sucede con muchas especies de animales en las cuales los hijos son autosuficientes casi desde el primer momento de su vida o por lo menos muy tempranamente. Por ello es la familia quien tiene el deber y el derecho, primariamente, de educar al hombre, especialmente en las primeras épocas de su vida. Este derecho es inalienable e inviolable, pues los hijos son como una proyección de los padres y su misma continuación; por otra parte, nadie como los padres será capaz de amar a los hijos, de aquí que los padres sean insustituibles en los primeros años de la niñez. Y si bien es cierto que la familia tiene primariamente el derecho y deber de educar a la prole, no lo es menos que el Escuela pueda y deba auxiliar a la familia también en el aspecto educativo. El derecho de uno se convierte en obligación para otro. Así pues, debe reconocerse que es la Familia prioritariamente y  la Escuela quienes tienen el derecho y deber de la educación, aspirando a que entre las dos sociedades haya colaboración estrecha y armónica en la labor educativa. El Sistema Educativo José Vasconcelos viene a ser un apoyo más con el que pueden contar las familias en la formación de buenos hábitos y el fomento de los valores cívicos y morales.

Cómo deben formar los padres el carácter de los hijos

Tanto la escuela como la familia deben hacer un frente común para formar el carácter de la juventud. Una juventud que es actualmente acosada por la delincuencia, las drogas, los vicios, el degeneramiento juvenil, las modas y el ambiente erotizado  que promueven los medios masivos de comunicación.
La escuela y los padres de familia deben vincular medidas para que sus esfuerzos no sean en vano. Los padres de familia deben reconocer que los principales elementos de la formación de buenos hábitos son el ejemplo, el consejo, la práctica y la corrección.
Los hijos aprenden los valores del ejemplo que reciben de sus padres, primeros maestros en la vida. El niño aprende por imitación, busca un modelo a seguir y en quién ver realizadas sus aspiraciones, y si él no ve congruencia en el hogar o en la escuela buscará un modelo a seguir en la calle, en la televisión o en la música, o en cualquier otra parte.
Por otro lado, el niño y el joven necesitan de consejo. Tienen ansia de ser escuchados y comprendidos y es precisamente en el hogar donde ellos esperan recibir las mejores recomendaciones para salir adelante en sus problemas y en la vida. Ellos buscarán en las revistas de moda, en los programas televisivos y hasta en las canciones, los consejos que no pueden recibir en la casa o en la escuela y muchas veces en la calle recibirán ideas distorsionadas de lo que es la vida, el noviazgo o la sexualidad.
Los padres deben fomentar el hábito de la puntualidad, del orden la disciplina, la responsabilidad, la limpieza, etc., por medio de reglas que se deban poner en práctica dentro de la familia o la escuela son importantes, pues sólo mediante la práctica constante se crea un hábito y se llega a la virtud.
Es también muy necesaria la corrección del hijo cuando este comete un error. No se debe solapar sus desvíos, antes bien se debe aprovechar sus errores para que aprenda a no volver a cometerlos.

Los padres no deben dejar que la televisión usurpe el lugar de ellos. No debe ser la televisión quien forme a los hijos.  Formar su carácter, formar su fuerza de voluntad y su inteligencia es la principal tarea que los padres de familia tienen para con sus hijos. No solo cuentan con el apoyo de los directivos sino que cuentan también con el apoyo de los asesores de grupo de cada escuela, ya que maestros y padres de familia deben educar juntos, en colaboración y no en conflicto o enfrentamiento. Ni todos los maestros son perfectos ni todos los padres de familia lo son. Cada quien debe asumir su responsabilidad desde el puesto y la función que le corresponde pero en vinculación, tomando en cuenta los cuatro elementos de la formación de hábitos mencionados con anterioridad.

La sociedad que queremos, la juventud y la patria que anhelamos es tarea de todos, pero el principal fundamento se adquiere desde el núcleo familiar.

Bibliografía sugerida
Caponnetto, Antonio – La Misión Educadora de la Familia – Folia, UAG  México, 2002